Me he puesto a pensar en tus ganas,
en los días que quieres hablar
que te apetece contarme algo
pero no eres capaz.
Quizás no debería acostumbrarte
a ese golpecito en la espalda
para que puedas vomitar
aquello que te sentó mal.
Pero es un acto reflejo,
y ya sabes que no puedo evitar
esa necesidad de cuidarte,
de quererte así, sin más.
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